martes, 7 de marzo de 2017

!Querida tierra!



Recuerdos de un pueblo básicamente agrícola y ganadero.

Desde la comodidad de mi casa, y evidentemente relajado por la belleza del paisaje, contemplo con verdadera placidez todo lo que mi vista alcanza. A mi derecha, la sierra de las Mezas, y frente a mí, la gran mole de Jálama, “Salamati”, venerado por el antiguo pueblo celta de los vetones; además espacio, que fue, de una pequeña fortificación árabe, y también testigo impasible del paso de Almanzor con sus cuarenta mil jinetes camino de la razia dirigida contra Santiago de Compostela; así mismo montaña donde se llevo a cabo, en su ladera norte, la construcción con sillares de granito, de una nevera octogonal en 1662, bajo el mando de Gaspar Tellez-Giron y Sandoval, capitán general de las fronteras de Castilla la Vieja en las guerras de la frontera, como avance de la  ingente obra llevada a cabo en Aldea del Obispo en 1663, con la puesta en pie del Fuerte de la Concepción. Y las dos montañas de suma importancia en la historia medieval del reino de León, una, en el trazado de la frontera, y fuente de dos importantes ríos de España y Portugal, el Águeda y el Coa, y la otra, muralla de retención en la conquista de la transierra extremeña. La contemplación de un paisaje tan espectacular que mi situación me permite, se extiende al resto de montañas y accidentes orográficos dignos de ser visitados detenidamente, para poder apreciar in situ y con detalle, toda su belleza y disfrutar de la paz y tranquilidad que aportan : Teso de la Matanza, Teso de la Nave, Fuente de la Nave, Los Cortaderos, El Carigüelar, El Mortajo, Torres de Fernán Centeno, Cortada de Rapapelo, Cortada del Rayo, Corral de la Lana, El Guijarro, Fuente de los Salgueros, El Espinazo, Cancho de la Caraba, La Carbonera, Fuente de la Carbonera, Canchal del Pantano de los Grajos, Fuente Cabuera, La Mojonera, Refiesta, Los Llanos y El Manantial del Roladrón; en una  concatenación de montañas que unen Jálama con las Mezas, al mismo tiempo que separan la provincia de Salamanca de la de Cáceres como si de una muralla se tratara, con dos puertas abiertas que unen estos territorios, la carretera de Santa Clara y la del Puerto Viejo. Entre estas montañas cobran especial importancia Las Torres de Fernán Centeno y El Teso de la Nave, una, relacionada con la morada de este personaje, Castillo de Rapapelo, y desde donde llevo a cabo injusticias y robos en toda la zona, abusando del dominio del  señorío de los Centeno, y la otra, debido a las disputas  entre los pueblos de un lado y otro de la sierra a consecuencia de los limites de sus términos. Gran parte de esta muralla está cubierta de pinos y robles. Los pinos, son el resultado de la repoblación llevada a cabo a partir de mediados del siglo XX en las zonas de montaña, y que poco a poco los agricultores fueron extendiendo a las tierras de cultivo; y los robles, árbol propio de esta zona, con algunos ejemplares centenarios; considerado como árbol sagrado de los celta, uno de los primeros pueblos que habitaron estas tierras.




                                          Jalama, carretera de Santa Clara


Tanto Jálama como las Mezas son consideradas en las leyendas populares, montañas colmadas de grandes tesoros, a veces basados en libros que señalan incluso los sitios exactos donde se pueden localizar fabulosas cantidades de oro abandonadas por los moros al ser expulsados de estas tierras. Una de las muchas referidas a la montaña de Jálama, sitúa el tesoro a ocho pasos hacia el poniente a partir de la Fuente de Hinchacuartillos, en una cueva de ladrillos cocidos, la cual estaba repleta de oro. Las Mezas al igual que el Canchal de los Moros, y otras muchas montañas, también son lugares donde la imaginación popular sitúa los tesoros más fabulosos. En el caso de las Mezas, la referencia también parte de una fuente, la Fuente de Navamajada, situada debajo de dos peñas, en una de las cuales hay grabado un yunque de dos puntas como señal inequívoca del lugar del tesoro, que lo sitúan entre estas dos peñas en una tinaja con seis arrobas de oro. Las leyendas, como consecuencia de la confluencia, en un mismo punto, de los limites rayanos de España y Portugal y de los términos jurisdiccionales de las diócesis de Coria, Ciudad Rodrigo, Guarda y Lamego, en la cima de las Meza, sitúan una mesa en ese mismo punto, alrededor de la cual se reunían dos reyes y cuatro obispos, cada uno sentado en su silla, y dentro de su territorio. El gran pilar levantado en ese mismo punto, y que fue derribado a mediados del siglo XX, dio el segundo nombre a esta montaña, por el cual la conocen la mayor parte de las gentes de la zona “EL Picoto”. Este mismo pilar es el que abre como logo este blog. 


                                          Sierra de las Mesas. Foios

Al cabo de un rato entretenido en estas reflexiones, y tras llamar mi atención las gentes que se afanan en los trabajos del campo en las orillas del Águeda, de un lado y otro, cerca del puente del Encalao; las imágenes se agolpan en mi mente, y los recuerdos de mi niñez y mi juventud se hacen presentes como si de nuevo estuviese viviendo aquella época ya lejana. La misma sensación que, alguna vez, cómodamente sentado en una sala de cine, me han producido ciertas imágenes, viendo reproducidas escenas que muchos años atrás ya habían quedado gravadas en mi mente. No escenas de ficción como las que contemplo en la pantalla, cuando el actor australiano Crowe interpretando la figura de un supuesto general romano, Máximus Decimus Meridius, camina por sus campos de trigo de Hispania, acariciando suavemente con sus manos las mieses para comprobar el grano de las espigas, sino imágenes reales llevadas a cabo por hombres de esta tierra, hombres jóvenes y fuertes, sin los correajes de las legiones romanas, que desafiando las altas temperaturas y el viento abrasador que mueven los sembrados, tostando estos, al mismo tiempo que van tornando el color de sus rostros por un moreno de verde luna, como dice el poeta, caminan por sus campos acariciando también suavemente las mieses, parándose de vez en cuando, para mirar a su alrededor y contemplar los sembrados, cogiendo una espiga que, acto seguido, frotan con ambas manos para deshacerla y con ademanes tranquilos soplar sobre ella una vez deshecha hasta  quedarse solamente con el grano, para así poder valorar la cantidad y calidad de la cosecha.
Así, de esta forma, poco a poco, los recuerdos se van haciendo presentes.
Nací en una tierra donde según mis vecinos los extremeños al frio le decimos fresco ¡Joel con lus castellanus que al friu le dicin frescu! Una tierra de inviernos duros, donde el viento gélido puede agrietarte las manos y curte la piel de los rostros.
En claro contraste con la climatología, sus gentes, con un trato cálido y familiar, estaban siempre dispuestas a ayudarse unos a otros en cualquier momento y circunstancia. Circunstancias que podían ser la construcción de una vivienda, que al ser el material de los muros exteriores de piedra de granito, abundante en la zona, el trabajo consistía en transportar este material en carros  hasta el lugar de la construcción, ofreciéndose voluntariamente muchas personas para hacer este trabajo, sobre todo los allegados, amigos y vecinos. El levantamiento del edificio, era contratado a jornal a aquellos viejos albañiles que a la vez eran diseñadores, canteros y constructores, lo que antiguamente se denominaba maestro de obra prima. Los pendolones de los cerramientos eran calculados y construidos por los carpinteros del lugar, especialmente por Manuel Carmona, a jornal o a precio cerrado.
Cuando los trabajos repercutían en beneficio de la comunidad: puentes, caminos, presas etc…, estos se hacían a concejil = trabajos comunes a los vecinos.
Otra de las circunstancias, esta desgraciada, eran los incendios en las viviendas o en los establos de los animales, aquí se volcaban todos los vecinos para sofocar los fuegos cuanto antes, formando cadenas humanas a falta de bomberos o mangueras, que iban desde las fuentes o el río hasta la casa o el establo incendiado, pasándose los cubos de agua de unos a otros lo más rápidamente posible en el intento que el fuego provocase el menor daño, y después ayudar con enseres, o comida para los animales, dependiendo si el fuego era en la casa o en los establos.
En los fuegos en el campo, la respuesta era la misma por parte de todas las personas, tratar de sofocar los incendios con todos los medios a su alcance. Estos solían ser las mismas herramientas del trabajo, utilizándolas para hacer cortafuegos, creando zonas limpias de vegetación, y con la ayuda de escobas o ramas verdes de los árboles, poder controlarlo hasta su extinción.   
En el tiempo de las matanzas, a más de de prestar una ayuda, era una fiesta familiar de abuelos, tíos y primos que se reunían, incluso algún amigo o vecino experto con el cuchillo, si fuese necesario, para sacrificar y despedazar los animales, que después hombres y mujeres salarian, triturarían en las maquinas, y adobarían para llenar las tripas, naturales o no, con el aderezo preparado para los lomos embuchados, morcones, chorizos de vuelta, chorizos de hueso, morcillas, buchanos, y también farinatos; estos típicos de de Ciudad Rodrigo; además de preparar los jamones las hojas de tocino, las orejas, los pies de cerdo, y el espinazo, para proceder al salado de todo. Entre unas faenas y otras después de llevar a analizar los cerdos, siempre había algún trozo sobre las brasas que, acompañado de la pruebe de los diferentes tipos de embutidos para apreciar si estaban en su punto para el llenado, se iban degustando, acompañándolo con algún trago de vino dulce y templado que reposaba en la piedra del hogar cerca de las brasas, como forma de combatir el frio. Todo listo para ir matando el gusanillo mientras se iban ejecutando los trabajos y llegaba la hora de la comida.
La mayor parte de las veces el frio intenso ya se hace presente en estas fechas, y el clima extremo cubre esta tierra, a veces, con un blanco manto, solamente mancillado por las huellas de los animales que salen de sus madrigueras en busca de alimentos.
El deshielo, unido a las bajas temperaturas, propicia la aparición de largos chupones que penden en los aleros de los tejados.
Una tierra donde la lluvia cae con frecuencia, unas veces con suavidad y otras acompañadas de fuertes ventiscas que hacen que el agua parezca venir de lado y no de arriba, y que produce comentarios en algunos visitantes, con expresiones, como, ¡En este pueblo llueve de lado! 


                                          Lluvia a la vista.
Una tierra que, más tarde, cambia su blanco manto por una túnica verde salpicada de vivos colores y anunciando una primavera repleta de sensaciones agradables para los sentidos, paisajes inolvidables, cientos de aromas diferentes, sonidos armoniosos que, son provocados, unas veces, por el agua cantarina de sus ríos y arroyos al sortear los altos riscos de las montañas para convertirse en suave murmullo relajador en los espacios llanos.
Otras veces en cambio, es el canto y las inigualables melodías de las diferentes especies de aves que surcan el aire o saltan de rama en rama de los árboles, despertando del soporífero invierno y anunciando el despertar de la vida en la naturaleza; acompañado, todo esto, por el correteo y el colorido de las grandes polladas de perdices que van tras sus madres en busca de alimentos, desapareciendo como relámpagos al más ligero atisbo de peligro.
Las siluetas de conejos y liebres, levantadas sobres sus patas traseras, olisqueando el aire y con las orejas rectas detectando el más ligero movimiento que les pueda ocasionar un peligro, era otra de las características de esta tierra llena de matices y colorido.
Una tierra donde el lobo, el lince y el zorro, tenían sus espacios. El lobo siempre al acecho de alguna víctima, atacando en ocasiones los rebaños en zonas desprotegidas de la vigilancia de los pastores, o de los perros que cuidaban estos rebaños. Los terneros, en ocasiones, también eran víctimas de estos ataques, en una época donde las cabezas de ganado sobrepasaban los veinte mil ejemplares entre bovino, ovino y caprino.
Algunas veces, en las noches de invierno, se podía escuchar el aullido amenazador de estos lobos desde los cerros cercanos al pueblo.
El lince, un gran cazador, recorría los bosques y la sierra en busca de: conejos, liebres, perdices o pequeños animales. Y el zorro vigilando sus presas favoritas: gallinas, gallos y cochinillos, merodeaba cerca de gallineros y zahúrdas esperando el momento de atacar y llevarse las presas que podía.
El jabalí, seguido de la manada de rayones, aunque un espectáculo en la contemplación de su marcha, producía estragos en sembrados y en praderas con zonas frescas, buscando raíces y otros alimentos; aprovechando para tomar baños de barro; cosa frecuente en estos animales, asegurando de esta forma su regulación térmica al tener las glándulas sudoríparas atrofiadas; aunque existen además otras razones que inducen este comportamiento. También eran un azote para las perdices, destrozando sus nidos  para comer los huevos y cuantos animales pequeños encontraban a su paso: polluelos, culebras, lagartos etc... En su recorrido destrozaban los maizales para alimentarse con el grano de las mazorcas; frecuentando también las zonas de castaños a la caída  de los frutos en el otoño.
Sus ríos, de aguas cristalinas, daban cobijo a gran cantidad de truchas, tanto arcoíris, como la trucha marrón, ésta especialmente en aguas muy frías del Roladrón, saliendo en ocasiones por los canales de riego y apareciendo sobre la hierba después de regar las praderas. Esto daba lugar a que muchas veces, en charcos pequeños, se viesen buenos ejemplares, resultando fácil para los adolescentes hacerse con alguno de ellos sin grandes dificultades. Los barbos y las anguilas eran otros de los pobladores de estos ríos.
En época de lluvias aumentan su caudal excepcionalmente, convirtiéndose en ríos de aguas bravas, hasta tal punto que, su contemplación, aun hoy, es una de las atracciones de los vecinos y tema de conversación de todos, principalmente en la altura que llegan a alcanzar las crecidas a su paso  bajo los puentes.
El estruendo producido por sus aguas en zonas encallejonadas, entre grandes peñascos, como las situadas entre la Fábrica de la Luz y el chozo de Habanero, sobrecogen el ánimo y hace que deban tomarse muchas precauciones para acercarse en lo posible a contemplar un espectáculo que te cautiva y al mismo tiempo te llena de temor.  
La primavera de esta tierra, aunque tarda como en la primavera soriana de Machado, es inolvidable y bella como pocas.
El aumento de las temperaturas hacen que, este manto primaveral de paso a otro rojizo de mieses en sazón que se mueven suavemente por el aire de la brisa. Estas mieses, más tarde, van cayendo bajo el certero golpe de las hoces, manejadas por hombres inclinados extremadamente hacia delante para que el corte sea lo más cercano a la tierra, y así aprovechar después el balago para los animales; hombres por cuya frente se deslizan gotas de sudor que bañan sus rostros, y cuya postura se acentúa cada día más por la fatiga de las duras e interminables jornadas. Algunos de ellos, de tez abatida, preferían, en algunas ocasiones, el descanso reparador a la comida, al finalizar aquellas penosas jornadas que transcurren todas bajo un sol abrasador. ¡El sol de la meseta! Sol que va minando día a día la resistencia de todos los que se atreven a desafiarlo y que dio pie a que Rosalía de Castro proyectase a través de su pluma, en 1861, aquellos versos cargados de rencor y odio contra Castilla y los castellanos.

Castellanos de Castilla

¡Castellanos de Castilla,
tratade ben ós galegos:
cando van, van como rosas;
cando vén, vén como negros!

Cando foi iba sorrindo,
cando veu, iba morrendo
a luciña des meus ollos,
o amantiño de meu peitu.

Aquel máis que neve branco,
aquel de dosuras cheio,
aquel por quen eu vivía
e sin quen vivir non quero.

Foi a castilla por pan,
e saramagus lle derun,
dérunlle fel por bebida,
peniñas por alimento.

Dérunle, en fin, canto amargo
te la vida no seu seo…
¡Castellanos , castellanos,
tendes corazón de ferro!

(………)

Permita Dios, castellanos
castellanos que aborreso,
que antes os gallegos morran
que ir a pedirvos sustento.

Pois tan mal corazón tendes,
secos fillos do deserto,
que si amargo pan vos ganan,
dádesllo envolto en veneno.

(……….)

¡Castellanos de Castilla,
tendes corazón de acero,
alma com as penas dura,
e sin entrañas o peito.       Rosalía de Castro.

La explotación de los menos favorecidos por los dueños de grandes latifundios y señoríos, nada tenía que ver con el trato dado por los medianos y pequeños propietarios a las personas desplazadas para realizar la siega, ya que en este trabajo, la mayor parte de las veces, los que abrían o cerraban las cuadrillas de jornaleros, en esta tierra, tanto en aquel tiempo como en el siglo XX, eran los propios agricultores dueños de los sembrados y que de alguna manera marcaban el ritmo del trabajo; participando todos de los mismos alimentos y a las mismas horas, algunos de ellos servidos por las mujeres de los agricultores en el mismo corte. (Zona de trabajo)
El sol, por más empeño que pusiese Rosalía en su obra, si bien es verdad que podría ser como un suplicio en aquellas largas jornadas, nunca podrá hacer distinción entre gallegos, castellanos, extremeños, portugueses, o cualquier otra persona de las que estaban expuestas durante todo el día a unos rayos que abrasan los hombres y los campos, tanto en Castilla como en Extremadura. Sufriendo, todos por igual, los mismos rigores y penurias.
¡Años estos, muy duros! Años donde el trabajo, para todas las gentes del campo, se realizaba en largas jornadas, de sol a sol, y las comodidades eran escasas para todas estas personas desplazadas, teniendo que descansar en lugares destinados a almacenar el heno y la paja de los animales; aunque, en aquellos tiempos, las comodidades eran escasas para la mayor parte de las gentes del campo, como deja claro Madoz señalando que las casas son de planta baja, y la mayor parte de ellas con pocas comodidades. Esto debía suceder en la mayor parte de los pueblos de Castilla en aquella época. 
La finalización de estos trabajos realizados por los segadores, daba paso a largas caravanas de carros por todos los caminos, cuyas formas en sus cargas eran elaboradas cuidadosamente por las rudas manos de los agricultores como si de esculpir una obra se tratara. Este mismo cuidado en el bien hacer en las tareas del campo, era mantenido por estas personas al colocar los haces en la era para la elaboración de las hacinas. Obras perecederas que, más tarde, se desharían para convertirse en grandes círculos de mieses esparcidas sobre el valle, donde día a día, los trillos, normalmente arrastrados por parejas de vacas y con pasajeros adolescentes, iban deshaciendo poco a poco las espigas y triturando el balago, para que al final, con ayuda del viento, pudieran separar el grano de la paja.
Con el paso del tiempo, las maquinas de trillar servirían para realizar esta labor y evitar las largas y penosas jornadas sobre los trillos a mayores y adolescentes, pero borrando para siempre aquellas bucólicas imágenes de los campesinos dándole la vuelta a la parva, descansando o comiendo para recuperar fuerzas, cobijados bajo sombrajos construidos con palos, escobas, azaoces y ramas verdes de otros arbustos. Sombrajos levantados exclusivamente para la temporada de trilla, y casi siempre por varias familias que se unían para llevar a cabo las faenas de recolección de los cereales.
Durante los descansos podía verse a estos grupos y algún visitante de los que realizaban trabajos cerca, charlar animadamente bajo los sombrajos, pasándose la bota de vino o el barril de agua fresca de unos a otros, mientras con el pañuelo secaban el sudor que cubría sus rostros, echando hacia atrás los sombreros en el intento de limpiar sus frentes al mismo tiempo. Las camisas pegadas a sus torsos, como consecuencia del esfuerzo físico, marcaban unos músculos poderosos, forjados día a día con los intensos y duros trabajos del campo.
Otras veces, esta pausa, era en espera que el viento se moviese, para colocados en hilera, levemente inclinados,  lanzar al aire con el liendro (aventar) el contenido de la parva, que caía, el grano, a los pies de los que participaban en estos trabajos, alejándose la paja arrastrada por el viento y depositándose  separada ya del grano.
Otras veces la extracción del grano de centeno se llevaba a cabo mediante la malla; el golpeo de la espiga con una apero llamado mangual, que era volteado por encima de la cabeza del que lo utilizaba, para descargarlo con gran violencia sobre las espigas, logrando así la extracción del grano. Esta herramienta constaba de dos partes de madera unidas mediante una correa de cuero, una parte era el mango para poder utilizarla, y la otra, bastante más gruesa, la que golpeaba directamente las espigas.
Algunas personas mayores, por falta de fuerzas, llevaban a cabo la extracción del grano de centeno volviendo el trillo por la parte de las pernalas (pedernales) y golpeando las espigas directamente sobre ellas.
Estos trabajos, además de en las eras, era de abajo y era de arriba, se llevaban a cabo sobre rocas grandes y planas a las que los campesinos denominaban laisis o laisitas, cercanas a las casas de campo y los terrenos donde se cultivaban los cereales. Algunas veces, al no haber laisis cercanas, los agricultores construían grandes círculos con lajas para poder llevar a cabo la trilla.    
En las eras de abajo, al caer de la tarde, las faenas eran amenizadas por el croar de un gran coro de ranas que poblaban las lagunas del Bardal. Un pequeño humedal que se había originado en la antigüedad por el lavado de tierras, buscando minerales como el oro y el estaño, que habían sido arrastrados por las aguas del Roladrón en sus desbordamientos. Estas lagunas eran frecuentadas por las cigüeñas y diversas especies de aves en busca de alimentos.
Después de limpiar las parvas, el grano era recogido en sacos que los agricultores se cuidaban de transportar en los carros para descargarlos en lugares donde no les pudiese afectar la humedad; mostrando su resistencia y  fuerza aquellos que se cuidaban de estos menesteres, al transportar sacos que sobrepasaban los cien kilos, teniendo que acceder a sitios altos, incluso subiendo escaleras.
La paja era recogida para alimentar el ganado, transportándola en carros provistos de redes y descargándola en los sobrados de los establos. Esta labor era llevada a cabo por los hombres que, provistos de liendras, volteaban la paja hacia el interior de las redes, mientras que la mayor parte de las veces, adolescentes, acalcaban la paja para poder transportar mayor cantidad.
En esta época, normalmente antes de la siega, a finales del mes Junio, la guadaña manejada por manos expertas, acababa con las verdes praderas; escuchándose antes del comienzo de la jornada, el repiqueteo del martillo sobre el filo de la guadaña, apoyada sobre un pequeño yunque clavado en la tierra, preparándola para la dura jornada. La puesta a punto de la guadaña terminaba asentando el filo con la piedra de afilar.
Cuanto mejor preparada estuviese la herramienta, menos resistencia oponía al corte y menos esfuerzo para la persona que manejaba esta, logrando abarcar más terreno y lograr que los maraños  fuesen más grandes, para así dar fin al trabajo lo más rápidamente posible.
A continuación se esparcía la hierba para que el sol hiciese su labor de desecación, dándole la vuelta con unas horcas especiales de madera y completar el secado. La hierba, convertida ya en heno, era emborregada con enciños de madera, depositando estos borregos sobre los vencejos extendidos en el suelo para atarlos y formar los haces. Estos vencejos eran confeccionados con  hierba larga recogida al guadañar, o con balago seco de centeno, mojándolo para que no se partiese al utilizarlos; constaban de dos partes unidas en el extremo de las espigas.
La finalización de todas estas faenas da paso a una ligera relajación en los agricultores, para seguidamente volver otra vez a las jornadas de intenso trabajo con la recogida de la patata, otro de los soportes de esta economía de subsistencia, quizá la más característica de la zona, ya que los vecinos de los pueblos cercanos apodaban a los habitantes de esta villa, los patateros.


                                         Antaño campos de cereales, hoy pinos castaños y robles.

Otra vez los campos volvían a estar llenos de vida y de una actividad frenética. Personas de diferentes partes de la frontera, sobre todo mujeres, acudían en busca de un jornal que aliviara sus economías, acompañando a los propios del lugar. Unos empuñaban las azadas, para con certeros golpes dejar al descubierto grandes cantidades de patatas que otros iban recogiendo en cestas para llenar los sacos, que serian cargados en los carros por los hombres, ayudados en ocasiones por las mujeres, para transportarlos a los lugares donde quedarían almacenadas hasta su venta o consumo. Al atardecer sobre todo, la cantidad de carros solían ocasionar largas hileras por los caminos hasta su entrada en el pueblo. Los trabajadores y trabajadoras regresaban a sus casas formando grupos, comentando las incidencias del día.
Los trabajos en el campo no cesan, los agricultores, cuando las noches igualan con los días, volvían a emplear la reja, hundiéndola profundamente para que la tierra quedase suelta y esponjada, utilizando otras herramientas, como la grae y la rastra, para una buena puesta a punto de la tierra, mezclándola con el estiércol de los establos y preparándola para la siembra de los cereales, y más tarde también para las hortalizas.
Así la rueda vuelve a girar: la siembra, el invierno con sus largas noches, la primavera vistiendo los campos nuevamente del verde de los trigales salpicados de rojas amapolas, los campos de centeno, cebada, algarrobas, maíz y hortalizas, que un día llenarían las paneras y también servirían de complemento para la alimentación  de los animales: vacas, cerdos, gallinas, cabras, ovejas, burros, mulos y caballos. Todos de suma importancia para las economías del siglo XIX y XX en todos los pueblos.
La importancia del ganado, tanto bovino, como ovino y caprino, es evidente debido a las economías de las gentes del campo y la manera de sacar adelante los cultivos, no solo por la utilización que se hacía del ganado vacuno para estas labores, y juntamente con el ovino y caprino para estercar los campos, sino también como fuente de ingresos, debido a la cría de terneros, corderos, cabritos, la elaboración de quesos y lo que suponía también la abundancia de leche para la venta o consumo propio, sin olvidar la importancia de la lana de las ovejas.
Aunque las características del terreno son más propicias para el mantenimiento del ganado caprino, ya en el siglo XVIII aumento la cantidad de ganado ovino, incrementándose en gran manera durante el XIX, originado principalmente por la cantidad de lana necesaria para la fabricación de tejidos y sombreros, llegando alguna de las familias que se dedicaron a estos trabajos, como los Montero (Mocho), principales fabricantes, a mantener una cabaña muy importante de ovejas entrefinas para el abastecimiento de lana. La producción de lana podría alcanzar unas 112 arrobas por cada mil ovejas, calculando una arroba por cada nueve ovejas, tal como indican: Antonio Fernández, procurador sindico del común, Jacinto Guerrero y Manuel López, todos vecinos de Navasfrías, al asesorar al responsable de catastrar los bienes de esta Villa en 1753. Así mismo la producción que fijan para los carneros a partir de los dos años, es una arroba de lana por cada siete animales.
Todo esto suponía emplear a un buen número de personas, tanto para el cuidado de los animales como para la preparación de la lana: esquileo, lavado, hilado y la fabricación de sombreros y tejidos, así como el tintado.
Algunos de los rabadanes y pastores empleados, llegaron a mantener rebaños propios de más cien ovejas por pagos en especies “Escusa”.
La distribución y venta de los sombreros, era llevada a cabo por uno de los hijos de los dueños, Isidoro Montero Acosta, transportándolos en  reatas de caballos a través de toda Extremadura hasta Andalucía, donde distribuía la mayor parte;  llegando a durar algunos viajes de ida y vuelta, más de un mes.
El tintado de los sombreros era llevado a cabo en un edificio llamado la Tinta, cercano al puente del Bardal; hoy vivienda de una familia. Debido al clima tan lluvioso, a veces, los sombreros al empaparse en agua, soltaban algo del tinte que caía por el rostro de los propietarios; problema que este fabricante soluciono cambiando las ovejas blancas por las merinas  negras necesarias para la fabricación de los sombreros. En esta época figuran muchas personas en los censos con el oficio de tejedor, ya que no solamente eran los Mocho los fabricantes de tejidos y sombreros. Los dos últimos fabricantes de sombreros, ya bien entrado el siglo XX, fueron José Montero Caballero y Emilio Acosta Caballero. Los dos descendientes de aquellos primeros Acosta que llegaron del vecino reino de Portugal, y que comenzaron estos trabajos; aunque fue la entrada de Fcº Montero (Mocho), natural de Pausafoles do Bispo, en esta familia, el que más impulso le dio a esta actividad, y sus descendientes los últimos en abandonarla.
Los tejidos también necesitaban de la agricultura para la fabricación de telas de lino. Quedando constancia en la toponimia del pueblo de Navasfrías con nombres como Los Linares, aunque fuese en la Vega Espinosa, donde se sembraron los últimos campos de lino.
El cierre de la fabricación de sombreros, colchas, lienzos y otras telas, hizo que disminuyeran los rebaños de ovejas, aunque han seguido hasta hoy día en una cantidad mucho menor.
La existencia de las grandes puntas de cabras se prolongaron más en el tiempo, hasta pasada la mitad del siglo XX, ya que muchos agricultores, además de los cultivos, se ocupaban de mantener grandes rebaños de ganado caprino como ayuda de sus economías; lo que hacía necesario la contratación de personas que se ocuparan de este trabajo, la mayor parte gentes del vecino Portugal. Este terreno, con mucho monte, era propicio para la manutención de estos animales, dándoles refugio en las noches del crudo invierno, o durante las grandes nevadas, en las majadas de sus dueños, distribuidas por todo el término.
Había personas que para el consumo de leche en sus casas, si no tenían otros medios, adquirían una, dos o tres cabras, las cuales eran cuidadas por los cabreros de la Villa mediante un precio estipulado por cabra. Por las mañanas los dueños llevaban las cabras a un punto acordado, no ocupándose más, ya que al atardecer, a su regreso, cada una tomaba el camino de los establos de sus dueños. Esto causaba sorpresa a las personas que no eran del pueblo y no estaban acostumbradas a ver este espectáculo, ya que llego a haber tres rebaños de la Villa de más de doscientas cabras cada uno, que entraban en el pueblo casi todas al mismo tiempo, cruzándose en las calles y siguiendo cada una su camino.
Debido también a la gran cantidad de ganado vacuno, y para el aprovechamiento de los pastos de la Sierra y la Genestosa, el ayuntamiento, se cuidaba de contratar un vaquero para el cuidado de estos animales.
La subida a la sierra, se llevaba a cabo el día de San Pedro, desplazándose una gran manada que los vecinos contemplaban con gran admiración, debido a los excelentes ejemplares agrupados en el Bardal para emprender el camino. La bajada de la sierra se producía en el otoño, a la caída de la hoja.
El ganado porcino también era de suma importancia para las economías de las gentes del campo, cebando la mayor parte de los vecinos, uno, o varios ejemplares para el consumo propio y también para las comidas que se originaban debido a los jornaleros contratados para las diferentes faenas durante todo el año. Esto ocasiono que, hasta principios del siglo XX, una persona fuese ajustada por los dueños de estos animales, ocupándose de sacarlos al campo durante el día.
De esta actividad, el dicho de llevar los cerdos al porquero. El lugar escogido para sacarlos al campo, también ha pasado a nuestros días, siendo conocido hoy con el nombre de Cabeza Porquera.
Caballos, mulos y burros, también fueron muy importantes para los agricultores, y para el trabajo desarrollado por trajineros, lenceros, arrieros, aceiteros y chalanes hasta mediados del siglo XX, cuando disminuyen tanto los trabajos agrícolas, como la compraventa de los productos del campo en los pueblos de un lado y otro de la sierra, por la implantación de los comercios y el cambio en los sistemas de transportes. Algunas personas de Navasfrías aún seguían desplazándose a los pueblos extremeños para vender patatas, garbanzos, judías etc… y en algunos casos comprar aceite que después venden en sus casas. Lo mismo hacían las gentes extremeñas con sus productos, aceite y toda clase de frutas, vendiéndolos en los pueblos salmantinos, y en algunos casos adquiriendo otros para consumo propio o para la venta en sus respectivos pueblos.
Los versos del poeta charro, párroco en este tiempo del pueblo de Navasfrías, nos refieren con una descripción fidedigna los usos y costumbres de algunas personas extremeñas que se dedicaban a la venta de aceite en los pueblos salmantinos.

        LAGARTEROS   

  De la Sierra placenteros
salen con machos y cueros
y los pueblos de Castilla;
buscando la pesetilla,
recorren los aceiteros.

  Parecen toscos y rudos,
aunque suelen ser agudos,
y no pecan de gandules;
gastan calcetas azules
y sombreros puntiagudos.

  Como comen los lagartos
tan verdes y tan rastreros
y que no les cuesta cuartos,
de escabeche siempre hartos
se encuentran los lagarteros.

   El hercúleo Potenciano
que tiene un mulo mogino
al que aprecia como hermano,
corre el país castellano
de (El) Payo a Vitigudino.

  Con la pata cojeando
y a menudo tropezando
el marrullero Ziquiel
va por los pueblos cantando,
---Aceiti de Villamiel…

  Pardal, el celebre viejo,
que tiene mucha correa
y que arruga el entrecejo,
también aceiti vocea
de San Martín de Trevejo…

  El Mulato con Froilán,
que forman buena pareja,
alegres cantando van.
---Aceiti de Moraleja
del Bodegón de Alemán…

  Al cabo de las jornadas
pernoctan en las posadas
con lenceros y chalanes,
sazonando las veladas
con trolas y con refranes.

  Ellos se guisan la cena
que suele ser muy frugal,
echan pienso al animal
y roncan luego sin pena
tendidos en un costal.


Matías García Miguel (El cura D. Matías)



En esta época se podían ver, algunas veces, un número considerable de caballerías, sobre todo burros, en la zona del Bardal; el lugar donde sus dueños los soltaban los días que no los necesitaban.   
Todo esto propicio que durante muchos años, la suma de todas las cabezas de ganado, de este pueblo, se acercase a los veintidós mil ejemplares. Hoy día estas cifras están muy reducidas y la presencia de caballerías, y ganado caprino,  es prácticamente testimonial.
El paso del tiempo es inexorable y la rueda del tiempo gira y gira para todos aquellos que, un día, con mano firme, empuñaron las manceras, trazando en las besanas surcos tan rectos como si de un tiralíneas se tratara.
Para aquellos que fueron herederos de los conocimientos acumulados durante largos años en temas agrícolas y ganaderos por sus antecesores, pero por falta de fuerzas y de gente joven que continúe su labor, van cambiando con su mano los campos y, donde antes en las sementeras, las semillas de su puño eran cereales, fueron cambiadas por piñones de pinus pinaster, que poco a poco llenaron de un verde perenne los campos y cambiaron para siempre la forma de vida en este pueblo.
Para aquellos que ayudaron a forjar los sueños de mucha gente y dejaron las huellas de sus manos reconocibles en cada paso del camino, en cada piedra, en cada árbol, regatos, valles y cortadas.
Para aquellos que se orientaban en los campos y en la sierra sin necesidad de brújulas, atendiendo las señales que les proporcionaba la naturaleza.
Para aquellos que conocían exactamente el recorrido del sol en cada época del año para situar los horarios sin necesidad de relojes.
Para los que observando el comportamiento de los animales, tenían cierta seguridad en los cambios atmosféricos.
Para los que conocían de qué forma los cambios de luna influían en los partos de sus animales, y sabían distinguir a todos llamándolos por los nombres que ellos mismos les habían asignado, muchas veces relacionados con el color de su piel, la forma de sus astas etc...
Para aquellos que, cada mañana, tras sus rebaños, alegraban con sus gaitas el comienzo de las duras jornadas de trabajo, soportando los rigores del tiempo.
Para aquellos que desde las minas, labrantíos y praderas, con su optimismo y buen humor, lograban contagiar a los demás, en una época que eran muy frecuentes los sacrificios y las privaciones.
¡La rueda del tiempo gira para todos, también para ellas! Ellas que con su carácter indomable y su trabajo, noche y día, fueron compañeras en todo momento del esfuerzo que supuso, en una época difícil, salir adelante en esta tierra.
Para las que guiaron nuestros primeros pasos. Para las que nos enseñaron a musitar y comprender los primeros sonidos.
Para todos y todas que les precedieron y dieron continuidad también a sus antepasados en la formación de esta villa.
Para todos los que con su esfuerzo físico, negocios, conocimientos, lograron un lugar tan bello y acogedor, y que ya para siempre serán parte de esta tierra desde dentro de sus mismas entrañas.  
¡Todos ellos merecen nuestro recuerdo y gratitud!


                                                        Campanario de Navasfrías

Cantares gallegos

Ellas fueron las que tocaron
cuando los míos allí nacieron;
ellas fueron las que lloraron,
ellas fueron las que doblaron
cuando mis abuelos murieron.     Rosalía de Castro







2 comentarios:

  1. Mi enhora buena por la publicación !Querida tierra!. Una maravillosa y realista descripción de nuestra tierra.

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  2. ! Hola José!
    La hermosura de nuestra tierra y la fortaleza y costumbres de nuestros antepasados, estarán siempre en nuestra memoria.
    ! Un saludo!

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